martes, 28 de julio de 2009

Tendida sobre la hierba

26 de julio de 2009


Habíamos estado paseando. Sant Pol aun estaba en fiestas. Sus callejuelas lucían toda una exposición de arte, admirado por unos, indiferente para otros. Cuadros de muchos artistas, cada cual con su particular estilo. Llegamos hasta el gran parque, justo a las afueras del pueblo. En otros tiempos, había ido hasta allí, a tenderme, sobre la tímida hierba humedecida por los aspersores, y mirando hacia el cielo celeste despoblado de nubes, había encontrado la inspiración para algunos versos. Me gustaba ir allí, sola. Nadie lo sabía, pero sí, iba sola, quizá a recordar otros tiempos en los que yo era otra. Esta vez ha sido distinto. No he echado de menos la reconfortante soledad que siempre me brindaba aquel lugar. No la he necesitado desde hace algún tiempo.

Abel se ha alejado de nosotros, para ir a trepar por la minúscula loma verde. Tras alcanzar su pequeña cima se ha tendido sobre la hierba, intuyo que como siempre, un poco mojada. Yo le he observado mientras pasábamos de largo charlando sobre algo que no recuerdo. Él me ha mirado sonriendo, y yo le he respondido de la misma forma. Creo que ambos sabemos lo que pasaba por mi cabeza en ese momento: Tenderme, como él, sobre la aterciopelada hierba y mirar el cielo. En vez de eso, he pasado de largo, retomando aquella conversación, que aun no recuerdo.

Volveré otro día a Sant Pol, y como Abel, no dejaré pasar de largo el momento.

jueves, 2 de julio de 2009

De nuevo una despedida...

2 de julio de 2009




Verónica, y de nuevo una despedida…

No me gusta la sensación de vacío que a veces se instala en mi corazón. Es dolorosa e infame, y en muchas ocasiones, devastadora. Siempre intento disimularlo, y creo que, llego a lograrlo. Pero luego la necesidad de llorarlo sobre el papel, es incontrolable. Y aquí estoy, derramando lágrimas de tinta.

La vi crecer. No dentro de mi, pero fui testigo de ello. Casi nueve meses de ilusión, también, de impaciencia. Luego, dieciocho horas de incertidumbre, y de miedo… Y al fin, ella. Siguió creciendo, ya sin un cordón umbilical. Fue adolescente, y mujer. Nos contamos secretos y fuimos cómplices muchas veces, la una de la otra. Nos enfadamos, y nos discutimos, nos reconciliamos, y nos abrazamos. Lloramos y reímos juntas. Nos cuidamos mutuamente, e incluso alguna vez, nos emborrachamos a deshoras. Un día se independizó. Emprendió su propio camino y se marchó a ochocientos kilómetros de mí, apostándolo todo por un gran amor. Yo la animé, y no me arrepiento, aun sabiendo que a menudo me vería escribiendo cosas así.

Como dice Paulo Coelho, "todos debiéramos perseguir nuestros sueños, por que el camino hasta alcanzarlos, es lo que nos hace felices".

Todos debiéramos llevar una Verónica dentro.




“Te quiero... Y sí, ya sé que lo sabes”.